D E L O Q U E M E R E C E S O B R E V I V I R
SEGUNDA TEMPORADA
ESCRITURA Y NOMBRE
“Una escritura es entonces un hacer que da soporte al pensamiento”.
Esta definición de escritura que Lacan da en el Seminario 23, tiene cuatro ejes: uno, hacer, soporte y pensamiento. Son cuatro dimensiones que no arman una serie de inclusiones dentro de un orden jerárquico, sino que establecen una consistencia inmanente al enunciado. Recapitulando el análisis de la definición, una escritura es simplemente eso: una y no toda, que no hace sino que es hacer, y que por ser una y ser hacer es soporte del pensamiento. Mantener la fidelidad a su inmanencia requiere del tiempo verbal: presente continuo, que conjuga al ser como “siendo”. Por lo tanto al dejarse la trascendencia de un orden jerárquico, la escritura hace tanto en las formalizaciones del científico como en los caracteres del escribiente.
La ciencia observa y embalsama la escritura con la formalización (formolización, si ustedes quieren). Con excepciones, claro está, como es el caso de la física cuántica, que no puede “hacer” cesar el estremecimiento de sus escrituras, alteradas por la incertidumbre de las partículas subatómicas de las que no puede decidirse si son masa o energía, sino en el interior de los espasmos que alteran una observación resistente al formol. En cambio el hacer de un escribiente, uno y solamente uno, hace sin la impotencia de científico que sólo busca el freezer de una observación idéntica a sí misma. La potencia del escribiente posee como vector a la nota azul, indicada por Didier Weill en el Seminario 24 de Lacan. Una nota musical que no deviene del ritmo conocido, sino de la espera de lo desconocido y anunciado en el cruce de la melodía y las notas musicales. Espera de una diferencia radical y por ende despojada de todo sentido: un significante que lo estremece al sujeto en los significantes, y –como dice Didier – Weill- “representado (el sujeto) por la cadena melódica alrededor de la nota azul, está él, en un instante extático, arrancado al tiempo histórico para reencontrar este grano de eternidad desde donde él puede percibir que el ritmo temporal recibe su verdadero soplo.”
El sujeto resuena en la cadena significante, por esa resonancia fundamental que da un significante que no se liga a ningún otro; y es representado alrededor de la cadena melódica por una nota inaudita: inaudible en el “grano de eternidad desde donde él puede percibir que el ritmo recibe su verdadero soplo.” No tiene nada que ver con la escritura, dice Lacan, sino que es lo que ella soporta consistiendo en el vendaval de los espasmos de un escribiente, a lo largo de lo que produce. A la modulación de esos espasmos la denomino estructuración subjetiva, que paradójicamente sin tener nada que ver con la escritura: es y no es lo que anuda la escritura en el hacer. Hace el nudo de la singularidad del escribiente, “siendo” lo que Lacan llama “sinthome”. Conmociona la escritura del poeta, con el silencio (inaudito) intraducible de la nota azul, que aquella soporta tejiendo su consistencia de hacer con las palabras. Una conmoción hecha de la sucesión de sonidos: la consonancia abriéndose paso desde la música, arrancando la poesía de la prosa en el cruce con la cadena significante, que resuena a la espera de lo no conocido. Ese es el límite de la ciencia, que observa y aborrece la paradoja de un “haciendo” imposible de detener y “formolizar”.
A continuación nos detendremos en el caso de un escribiente inhibido. Se llama Ismael y cuenta con diez años de edad. Su historia está narrada por Rosana Milano y Alicia Nervi, en un escrito llamado “Haceme recordar para que no me olvide”.
Ingresa al CENTES 1 como un alumno “retraído” y sin poder acceder a la lectoescritura. Dicen Rosana y Alicia al respecto:
“Ha sido adoptado junto a sus otros tres hermanos por Vanesa quien vive con sus padres, habiendo sido su cuidadora en el hogar que lo recibe a los cuatro años tras la intervención judicial que lo excluye de su familia por violencia, abandono, y alcoholismo de sus padres biológicos.”
La adopción se produce después de cinco años de permanencia de Ismael en el hogar, durante los cuales recibe la visita del padre hasta que deja de hacerlo.
Por momentos parece que el aprendizaje está por lograrse, en otras ocasiones se olvida al punto de no reconocer las letras, y en ciertas oportunidades reconoce las letras excepto aquella con la que comienza su nombre propio. Cierta vez su abuelo adoptivo le dice a Vanesa, que Ismael pudo leer la etiqueta de un producto que había traído del supermercado. Ella le responde que no sabe ni sabrá leer. A partir de ese momento, Rosana y Alicia trabajan con la madre para desmontar esa suposición. Durante ese lapso la madre cuenta angustiada en cierta ocasión: “algo sucedió, ya no me nombra mamá, no se muestra afectivo, dice que no soy nada para él.”
Transcurrido un tiempo de trabajar con Ismael y Vanesa, se produce una situación en la que trae recuerdos de su padre, y evoca una foto de él en una escena familiar. Le piden que la lleve, respondiéndole a una de ellas: “haceme recordar para que no me olvide”.
Vanesa cuenta que el apellido del padre es “borrado” con la adopción. “A partir de ahí –dicen Rosana y Alicia- Ismael pudo empezar a preguntarse por el nombre olvidado de su propio padre descubriendo que esa primera letra olvidada de su nombre propio cada vez que algo de lo escrito se jugaba en la escena escolar era la primera letra del nombre propio del padre.”
Puede inferirse que la primera letra olvidada del nombre propio, era lo que le permitía reconocer a las otras letras aunque sin hacer con ellas. Eran las letras del Otro, sin que él pudiera hacerlas consistir escribiendo desde una singularidad. Un vacío sin nada que no sea conocido, sin un significante que lo haga resonar en los otros significantes de la cadena, hasta que aparece el recuerdo de la escena familiar con el padre. Borrado junto al él con esa inicial de menos, no anudaba un discurso hasta que con el aniversario de casados de los abuelos lo hizo: escribió por primera vez en una tarjeta de homenaje a la fecha.
Homenaje a ese gramo de eternidad, que lo ingresa a un orden generacional escribiéndose en él.
Diego Zerba
No hay comentarios:
Publicar un comentario