martes, 7 de marzo de 2017

CLINICA CON NIÑOS: “Los sonidos gustan”

“Los sonidos gustan”

Con los padres
Los padres de Camilo asisten a una primera entrevista y relatan que, desde el jardín de infantes, los citaron para comunicarles que el niño no mira a los ojos, no habla, sólo emite gritos y corre dentro de la sala sin aceptar pautas mínimas.
Los padres comentan que en su casa él habla algunas cosas, les señala lo que quiere, se hace entender con gestos. Se va a dormir solo, no le gusta el contacto. Todavía está con pañal.
Les han dicho que sus juegos son estereotipados, repetitivos y que no juega con los demás nenes en el jardín.



Estos padres, sitúan un cambio al año y medio, “él era un bebé normal, nos miraba todo el tiempo a los ojos, decía algunas palabras como mamá, la papa…”
Cuando el niño tenía un año y medio, él y sus padres sufrieron un accidente automovilístico importante. Dice la madre: “ Era difícil salir del auto, los gritos… la chapa aplastada no permitía que pudiéramos salir. No se golpeó, nos asustamos mucho, pensamos lo peor. Durmió mucho y después se despertó bien. Desde ahí es como que se metió para adentro… no se”.
Dos problemáticas se presentan, por un lado, el desamparo de los padres, la angustia frente a la mirada escolar, poniendo en cuestión aquello que los padres hacen, descalificando las decisiones tomadas, el haber elegido una terapia psicoanalítica, señalando como falta el que no hayan llevado al niño a un neurólogo para que lo mediquen.
Por otro lado, la escuela que impone la medicación como el protocolo a seguir, junto con una terapia cognitivo conductual como única opción. Una posición amo que no escucha aquello que los padres tienen para decir.
Estos padres han ido trazando un recorrido por diversos colegios, debido a que el niño “alteraba” el desempeño de los grupos por los cuales había transitado, ya que estaba “en su mundo”. Una mirada desde el déficit que opaca lo singular, lo que puede ser una opción única entre otras, resultaba ser inconveniente.
Finalmente, estos padres encontraron un lugar, una institución educativa en la cual, la única condición que imponían era que la terapia de tratamiento no sea psicoanalítica por considerarla contraproducente.
La mamá de Camilo, me propone ocultar que el niño hace psicoanálisis ante el colegio, pues para estos padres, este espacio es el lugar en donde el niño ha comenzado a demandar. El colegio considera al psicoanálisis como desorganizador en niños con autismo. Acepto entonces, engañar al Otro de turno.
Cada cosa por su nombre.
En el primer encuentro con Camilo podría decir que se imponía el desencuentro. Camilo entró al consultorio, su madre se quedó en la sala de espera y él ni siquiera se volteó para mirarla, hecho que me sorprendió por ser tan pequeño, esa distancia sin mirada e irse con un otro. Al cerrar la puerta comenzó a circular por la sala explorando los objetos de la misma, le acerqué algunos juguetes y los miró con detenimiento. Corría por momentos para un extremo del lugar y luego hacia el otro cuando yo estaba en silencio. Al hablarle, ofreciéndole tomar los juguetes, continuaba explorando lo qué él elegía del lugar, le ofrecía mi palabra al nombrar cada objeto que él tocaba, la sensación era que eso dicho no era incorporado por él. Notaba que si me quedaba quieta y sin decir, él podía seguir con lo suyo sin siquiera inquietarse por mi silencio. Así continúe, ofreciéndole mi palabra, dejarla a disposición suya, para cuando decidiera tomarla. Alternando el silencio y muy de a poco introduciendo algún decir.
Comienzo a tomar autos y los voy ubicando en el suelo nombrando el color de cada uno, pasa por al lado mío y observa lo que hago, toma todos los autos y se los lleva ubicándolos en hilera sobre el escritorio.
Le pregunto qué es lo que hace y no hay respuesta. Suena una notificación de mensaje en mi celular y como efecto del sonido Camilo me mira, sus pupilas se fijan en las mías, entre sorprendido y asustado y le digo: “rin rin rin, ¡hay un mensaje! Sonó el teléfono porque hay un mensaje”. Deja de mirarme y vuelve a explorar los objetos. Se acerca hacia unos adornos que estaban sobre un hogar a leña, se los iba nombrando, así continué, a la espera de que algo surja de su lado.
Para mi sorpresa, él señala con su mano un objeto, yo se lo nombro, y así se fue iniciando un circuito en donde señaló otros objetos más. Posteriormente, tomó mi mano con fuerza y la acercó hasta un reloj de arena que le llamó la atención haciendo que yo tome el objeto, se lo doy a él poniéndolo en su mano, lo mira, lo señala sin mirarme y se lo nombro.
Y así se repite una secuencia, de los autos en fila hacia la exploración de objetos, hacia el señalar otros objetos en donde yo nombro, como si Camilo lentamente fuese escribiendo un recorrido en donde los movimientos se van acercando al borde de la palabra, auxiliado por un otro que le ordene el mundo, con el cuerpo, porque utiliza mi mano como puente hacia el objeto.
“Eso no” o “trozar” el goce
Durante varias sesiones se repetía esta secuencia que iba desde el ingreso al consultorio, en donde Camilo señalaba con su dedo índice diversos objetos que se encontraban en el mismo, hasta tomar lo autos y colocarlos en fila sobre el escritorio, luego Camilo se ponía colorado y comenzaba a hacer fuerza y se hacía caca encima. Al notar esto, intervengo apenas se pone colorado diciendo: “¿tenés ganas de hacer caca?” No hay respuesta verbal, tan sólo la materia fecal saliendo y él detenido, en suspenso. Le digo “acá no, este no es el lugar, la caca se hace en el baño, vamos al baño”. Las primeras veces parecía no tener efecto mi decir, hasta que en una ocasión le digo “eso no!” variando la o con entonaciones que suben y bajan, entonación a la cual Camilo le presta atención y me mira, queda fija su mirada con la mía, sonríe y lo tomo de la mano pidiéndole a la madre que le saque el pañal y que lo ayude a tirar la caca en el inodoro.
La mamá lo sube al inodoro para que apriete el botón y en ese mismo instante emite un “¡eeeeeee!”.
Le pregunto “¿se fueeee la caca? -Asiente con la cabeza-
“Muy bien, ese es su lugar”-le digo
Vuelve al consultorio y busca en un armario masa, la toma y me la da, la nombro y él la toma entre sus manos, saca un pedacito y se la pone en la boca, le digo “eso no se comeeee” y para mi sorpresa me mira y se ríe a carcajadas, se saca el pedazo de masa de adentro de la boca y me muestra que lo vuelve a introducir y, desde ahí, se instaura este circuito en donde Camilo en cada sesión ubicará un momento en donde repetirá esta secuencia. Durante un primer tiempo tragará la masa, mirándome en ese instante riendo a carcajadas cuando le digo el nooo se comeeee. Tiempo después, la masa entrará para salir de su boca, repitiendo un entra y sale que le hago notar. Digo “entra y sale” y él repite “entra y sale”.
Las letras y los números en goma eva son más que conocidos por Camilo, no sólo los reconoce sino que luego de varias sesiones, de convocarme con su dedo que señala uno por uno letras y números para que yo los nombre, comienza él a dejar que su voz lo haga, pero como un susurro, en forma muy bajita asoman las hilachas de su voz. Es muy claro que esto sucede cuando él así lo decide y no cuando yo se lo demando en este tiempo de tratamiento.
De esta manera, se comenzó a construir un puente en donde él vehiculiza algo del orden de una intención sin articular palabra alguna, sino que lo hace con su cuerpo, señalando los objetos para que yo los nombre.
Invitarlo a tomar algo de la palabra, tentarlo a ser mi doble, diciéndole “esto es un…. ¿Qué era? Era un cierto juego que aceptaba con placer.
Más allá del encapsulamiento, un modo singular de habitar la demanda
Camilo viene con un juego que le presté porque él quiso llevárselo, le digo acá hace calor, ¿te ayudo a sacarte la campera? Responde “sí”. Se sienta en el piso y me mira, sonríe y dice “ahora jugamos con las pelotitas”, sí jugamos, respondo.
Jugamos, después pintamos, después usamos la pizarra, pintar, jugar, usar.
Digo: chin chin chin chin baja la pelotita, repite “Chin chin chin chin”, cada vez se da más la repetición de lo que digo y hago, luego de decirlo me mira y se ríe. Se levanta, busca unas plasticotas de colores y me dice “hacemos pinturas” hagamos le digo. Le ofrezco una hoja, la toma, y me dice “abrilas”, refiriéndose a unas plasticolas. Pinta la hoja y pasa su mano sobre la pintura, dice “roja manzanita”.
Encuentra un vaso y dice “¡agua”!, se dirige al baño y llena el vaso con agua, comienza a echarle plasticolas de colores, le pregunto, ¿qué hacen ahí dentro las plasticolas?, me dice “se bañan, lanitas”. Le digo si! Parecen lanitas.
Luego al apretar las plasticotas bajo el agua se produce un sonido que le da risa, le digo ¡que ruido gracioso! Me mira y se ríe y vuelve a repetir el sonido, se ríe cuando me río.
Le ofrezco peces, un lagarto, una gallina y un bebé, los coloca y va a buscar más agua, se queja de no poder cerrar bien la canilla, le digo que está un poco dura y le pregunto, ¿la cerrás vos o yo?
Responde: yo, y se va sin cerrarla. Aquí Yo es otro, es otro quien soporta como doble su hacer. Yo es yo, no él.
Dice “el bebe se baña, está limpito”. Se ríe y de un salto se sienta en mi falda, me mira fijo, me agarra la cara con sus manos y me dice: “Soy un bebé a upa de Andrea linda”.
Le digo: Camilo lindo, a upa, juega al bebé.
Desplazando el borde
Comienza repetirse en las sesiones el demandar, el pedir un juego determinado ni bien Camilo entra a sesión. “Hoy jugamos al doctor, tomamos el jarabe, miramos los dientes, curamos al bebé, Andrea!”.
La fijeza en cuanto a lo que no y a lo que sí accedo a hacer con él ha ido cediendo. Se amplía el borde en donde el niño se hace más flexible al otro, a su voz y a su mirada, ello no excluye esos momentos en donde el encapsulamiento emerge y junto a él el silencio o los ecos del laleo de la lengua.
Incorporo algunas reglas que él va tomando, por ejemplo, guardar un juego antes de sacar del armario otro, intentando marcar una serie, una secuencia. Mi voz y mi mirada no son ya una amenaza, como tampoco ciertos objetos ante los cuales antes gritaba hasta que eran eliminados de su vista, como por ejemplo lo era el girar del ventilador de techo, en donde era necesario apagarlo para que no se asuste. Tiempo después él mismo decía, “apagalo”. Posteriormente, pasó a serle indiferente si estaba prendido o apagado.
Surge el acercamiento hacia otros niños, el abrazarlos y besarlos.
Su madre expresa que está muy pegado a ella, como nunca antes lo había estado, de hecho esto surge eventualmente en el consultorio, antes su madre lo dejaba y se iba y ahora, cuando llega a la puerta del consultorio, empieza a gritar “quiero a casa con mamá”.
Algo de la lengua se va cerniendo, en las estereotipias del lenguaje, la repetición de ciertas frases y palabras le van permitiendo encontrar un modo singular de habitar cierta legalidad del lenguaje, no quedando así a merced de la lengua como lo que es sin ley.
Hace poco, estando Camilo de vacaciones con su familia, su madre me envía un wassap diciéndome que el niño pedía hablar conmigo, entonces me envía una grabación con su voz, que dice: “Hola Andrea….¡siiiiii!”
Más allá del muro… lo singular
Más allá del muro de las clasificaciones y protocolos de moda, el psicoanálisis reconoce que existe un enigma, un otro modo de habitar el lenguaje. Para este niño diagnosticado con autismo, al cual conocí hacen tres años y no esbozaba más que el grito, hoy me enseña que cada objeto de mi consultorio, más allá de su nombre establecido por el lenguaje, puede ser nombrado por como suena la lengua, en donde él, con el palito del xilófono va golpeando los objetos, a su decir: “ la puerta chin chin, la mesa pon pon”.
Al despedirse, en una sesión, me dió un abrazo, le pregunté si los abrazos podían sonar y me dijo "no, los besos suenan muac muac". Ahí recordé a Eric Laurent y ese espacio de cierto juego en donde el Otro ya no es amenazador, si se deja llevar por ese enigma singular propio de la lengua.
En el úitimo tiempo del tratamiento, Camilo encuentra un placer en el uso de la lengua justamente cuando no toma las reglas del lenguaje. Me mira fijo y se ríe a carcajadas cuando exagero mi asombro por los nombres que elige para un duende. Le pregunto, ¿cómo se llama este duende? Y me responde: “se llama dejame”. Le pregunto si dejame es o no un nombre, a lo cual me dice: “sí, es un nombre”-riéndose a carcajadas mientras me mira con picardía.
Luego, toma una pastilla que saca de su boca para introducirla en la mía, y de la mía va hacia la de él nuevamente. Un espacio de intercambio.
Dice al respecto Eric Laurent: "El encapsulamiento autista permite tener un cuerpo: en lugar de la imagen, hay una cápsula que define el espacio de seguridad del autista, le da un límite protector frente a un Otro amenazante. En terapia, ese borde puede desplazarse, aflojarse constituyendo un espacio que no es ni del uno ni del otro, y donde puede producirse cierto intercambio con un Otro, que no es el Otro amenazador situado fuera del borde. Es un espacio de cierto juego. El psicoanálisis es un espacio de juego: juego de la palabra en la neurosis, juego en la clínica con niños, juego de construcción de una lengua personal en la psicosis, juego de construcción de un borde en el autismo".

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